Cuatro paredes
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Cuatro paredes
Cada noche se repite lo mismo: me doy cuenta de que ha anochecido debido a las convulsiones de su rostro y al sonido hueco de su mandíbula al cerrarse de golpe. Se sienta en la orilla de la cama y su mirada se clava en la pared de nuestra habitación de 2x2. Aquella misma pared blanca saturada de humedad, y que por minutos parece ser el único objeto en existencia. Para ese entonces ya he puesto la computadora portátil de lado y me he hecho de las cosas necesarias para darle atención.
Rocío un poco de agua sobre las costras y cicatrices en todo su cuerpo para después secarlo con un paño. No puedo evitar apretar la tela con toda mi fuerza, y mis manos se ven torpes en el acto. Al principio era suficiente con vendarle de pies a cabeza, pero con el paso de los años sus heridas han comenzado a brotar sangre. Sin embargo, no me molesta en lo más mínimo. Ni la infinidad de manchas rojas y negras irregulares que decoran su cuerpo ni que su costilla perfore ligeramente su costado izquierdo. Esta vez me detengo y lo abrazo por la espalda. Mi rostro se hunde en su piel de gelatina, y es en ese momento cuando siento que sus dedos se posan sobre los míos.
- Te estaré esperando - le digo en voz baja, pero hoy no me dirigió la mirada. El eco de sus pisadas desaparece poco en lo que se sube las escaleras, y yo vuelvo a poner la máquina sobre mi regazo. Vendado, vestido o desnudo, siempre ha sido distante con el trato. Aún y cuando quiere mostrarme cariño, porque sé que así es, lo hace de maneras extrañas. A veces hablamos por horas, aunque la mayoría de las veces prefiero escucharlo. En otras se muestra recíproco ante mis muestras de cariño al tocarlo, pero él encuentra apropiado tomarme con frecuencia en términos que un animal comprende.
¿Era todo mejor antes? No lo sé. Jamás lo vi feliz con aquella mujer, por bella e inteligente que fuera. Él disfrutaba perderse en el monte, tomar notas y comparar lo aprendido, ya fuera con libros u hombres que compartieran obsesiones. Ella amaba ir y venir del centro de la ciudad, aunque el viaje fuera largo, y siempre llegaba con personas distinguidas de la sociedad. Podían ser intelectuales, adinerados o de muy buen ver: a ella no le importaba mientras hubiera plática y opio de por medio. Descubrir eso me costó temerle de por vida a esa mujer, y hasta mi pubertad no conocí otra cosa que las paredes blancas de mi cuarto. Dicen que una madre jamás le da la espalda a un hijo, pero de ella conocí únicamente el maltrato de su mano y lengua.
Pasan las horas y se forma un nudo en mi estómago al no tenerlo a él a mi lado. Ha pasado poco más de un mes desde la última vez. Tengo hambre. Los recuerdos me invaden entre más paso tiempo sin su esencia dentro de mí. Es como si todo volviera a ocurrir, claro y con lujo de detalle. Dejo mis deberes para hacerme de los vendajes de hace días, del paño de hoy y hasta de las cobijas. Y succiono, y espero que los recuerdos me dejen en paz. Por un segundo siento su mano alrededor de mi cuello, y me convenzo de que realmente existo para ese hombre.
Juan Mattei- Mensajes : 18
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