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Mensaje por KATIA JASSO Lun Mar 02, 2015 9:38 pm

Les voy a contar cómo mi sire me castigaba cuando me portaba mal.
         
          Los ghouls escuchaban claramente el sonido de los fustazos y mis sollozos porque lo único que nos separaba era un biombo de bambú y papel con mariposas pintadas. Mi sire lo había mandado poner en el cuarto de los castigos sólo para humillarme. Yo podía ver las siluetas de los ghouls inmóviles por el miedo a través de las mariposas: eran rojas sobre papel blanco, como manchitas de sangre sobre la nieve.

           Me portaba mal todas las noches. Siempre he sido traviesa.

           Pensaba que eventualmente se acabaría la rutina cuando fuera un poco menos entretenido castigarme. Los vástagos nos aburrimos rápido. Sin embargo, para un sádico el dolor siempre es un aliciente y yo nunca supe mantener la boca cerrada. Atacaba e intentaba destruir todo lo que mi sire me dejaba alcanzar y él se veía obligado a disciplinarme. Por otro lado, también me mimaba mucho, así que mi irreverencia era en parte culpa suya. Uno no puede educar y malcriar a la vez. O educas o malcrías.

            No puedo negar que después de un rato comprendí las reglas del juego y pude navegar mejor en las mareas de sus sanciones, aunque sólo tuviera un barquito de papel. Aprendí sobre el poder. Es sencillo: o lo detentas o lo ejercen sobre ti y no existe poder que no sea ejercido. Eres yunque hasta que puedas ser martillo. Y cuando lo seas, más te vale martillar con fuerza.

             Me hice una viciosa de los juegos de poder y de la disciplina. No me  gusta el desorden, aunque me fascina la gente desordenada, que desconoce su sitio. Busco a quienes se creen que están encima de mí y juego con ellos haciéndoles pensar que me controlan. Luego tomo el poder y los disciplino. Las reglas de mi juego son simples: cedo el poder hasta hacerlos adictos, luego lo tomo de vuelta.

            El sexo es una herramienta fundamental. Citan falsamente a Oscar Wilde con las veraces palabras de un anónimo foucaldiano: “Everything in the world is about sex except sex. Sex is about power.” No existe placer verdadero en el sexo más allá del que proviene de nuestras fantasías. El sexo está cubierto de incontables máscaras. El dolor es placer sexual, la penetración es placer sexual, el sudor o el olor a mierda, las mujeres delgadas o gordas, los hombres peludos o sin pelo, o simplemente mirar a una jovencita mientras duerme, sin tocarla jamás. Todo tiene que ver con la sublimación del deseo. Yo digo que finalmente, detrás de todas estas máscaras, se encuentra algo más primitivo: el juego de las jerarquías, el poder.

             Por ejemplo, nunca dejo que el rebaño me toque sin antes permitirlo. ¿Quién hace eso? Una vez escuché a una Serpiente del Primer Estamento, un humilde ancillae, confesando tímidamente cómo había “complacido” a uno de sus ghouls. Me sentí profundamente asqueada. ¿Tocar a un sirviente, un inferior?

             Una vez traté un ghoul como a un perro y agradeció lamer mis botas sucias, rociadas con un poco de mi vitae. A eso llamo complacer a un ghoul. Le gustó porque supo que era su ama. Después de eso lo llevé a su oficina, desaté su collar, aunque no le quité el “anillo de castidad” que mandé hacer especialmente para él. Llevó la jaula en su miembro un mes entero. En ese tiempo no tocó ni una vez a su esposa, que había estado tomando tratamientos para concebir un segundo hijo. Me dijo que esperaba que se embarazara de un niño porque había tenido la desgracia de producir una primogénita que eventualmente desvanecería su apellido con el matrimonio. Me prometí que esa niña heredaría el emporio de su padre. Si es necesario, la entrenaré para que sea una maestra en el arte de la disciplina.

             Conocí a este hombre en una junta de negocios y me habían dicho que era megalómano y un déspota. Pobrecito, él creía lo mismo. La primera vez que lo vi supe que las únicas cosas grandes en él eran su cuenta bancaria y su falta de carácter. Sólo tuve que mirarlo a los ojos. Cuando nos quedamos solos en su oficina tendió su cuello desnudo como las presas que reconocen su destino funesto. “Buen muchacho,” suspiré en su oreja y él se estremeció, expectante y temeroso. Mientras le daba el Beso, sentí cómo se revolvía entre mis brazos y el olor ácido de su excitación. Me imploró que lo tomara del cabello y que lo azotara. Todavía me río cuando me acuerdo: "Querido," susurré "yo pongo las reglas del juego. Ahora soy martillo y voy a forjar como se me antoje."
KATIA JASSO
KATIA JASSO

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Fecha de inscripción : 25/02/2015

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